Viendo con tristeza
las llamas de la noche.
Buscando ese consuelo,
ese calor, ese reproche
que solo encuentro en ellas.
Y todas dirigidas
cual legión de soldados
por su reina plateada y erguida
sentada en su oscuro trono
compadeciéndose de mí,
mofándose de mí, perdida.
Viendo con impotencia
sus corazones uno,
sus manos entrelazadas
y pensando
que huracán ninguno
podrá romper sus mentes trenzadas.
¡Ni pensar un humilde servidor!
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